lunes, 6 de septiembre de 2021

La verdad sobre el espanto (Edición actualizada). Caretas, 2021.

                                                                            

Cuando creíamos que el periodismo no podía caer más abajo de esa zona que divide lo hediondo de lo escatológico apareció la última edición de Caretas. Y es que poco parece importarles a quienes fueran en otrora los referentes informativos, izar sus banderas ahora en favor del golpe y sumarse a ese grito silencioso que cual llamado de la selva se viene buscando ante la retahíla de serios cuestionamientos por parte de un Ejecutivo que aún no se ajusta bien el sombrero. La portada de Bellido vestido de talibán con el rótulo de “Tengan confianza” no hace otra cosa más que demostrar que a Caretas desde hace mucho se le cayó la careta como a varios medios que parecieran querer sembrar entre las personas el miedo, el pánico y el terror que dicen querer desaparecer entre los peruanos. Llama la atención además que esta edición venga con una versión “actualizada” de “La verdad sobre el espanto”, dossier fotográfico que narra una de las peores etapas que vivimos los peruanos con el llamado Conflicto Armado Interno. Dicha nueva edición justifica su aparición después que viera la luz hace diez años y da cuenta que “dos décadas después de la captura de Abimael Guzmán, el Perú tiene todavía a Sendero Luminoso en su cotidianidad noticiosa”. Y es que existe en la prensa nacional un tufillo agrio de colocar imágenes que parecieran querer encajar en el imaginario colectivo de los ciudadanos con el fin de deslegitimar un gobierno que no llega ni a sus seis primeros meses. Me pregunto si de haber ganado la Sra. K., los constantes cuestionamientos periodísticos tanto de la prensa televisa como escrita hubieran seguido el mismo tono y orden o es que acaso se intenta deslizar la vaga idea que de haber sido otro el resultado electoral viviríamos en Nevermind, el país de nunca jamás con el que tanto soñó Peter Pan y el cual habitamos todos ingenuamente habiendo dejado de ser hace mucho ya niños. No nos hagamos los tercios.

Cuesta aceptarlo, pero aquí en el Perú la verdad se acuña desde los medios que resignifican la verdad. En el prólogo del libro se afirma que: “En la cuenca del VRAEM, en cambio, la amenaza persiste y parece lejos de retroceder. Los hermanos Quispe Palomino, quienes en su momento traicionaron a su jefe “Feliciano”, representan un liderazgo degradado y mafioso, donde la toma del poder como objetivo es tan solo un recuerdo arrasado por el negocio del narcotráfico y su necesidad de tener espacios del territorio nacional huérfanos del operario estatal. A la vez, el senderismo de viejo cuño no ceja en su empeño de integrarse en la vida política del país e infiltrar una democracia todavía vulnerable”. ¿De dónde sale tamaña afirmación? El atentado ocurrido en plena campaña política no ha quedado esclarecido y la negativa en investigar quiénes fueron los responsables de la matanza de 14 personas parece poco importarle al exministro del Interior Fernando Rospigliosi que acabada la campaña parece habérsele acabado sus búsquedas de verdad, quizá a lo mejor pueda ayudar a dar el primer paso, él sobretodo que recibió las primeras pruebas que lo hicieron alzar el dedo acusador frente a pruebas aparecidas en Hildebrant en sus 13 que indicaban lo contrario. Pero aquí siempre es lo mismo y como decía el filósofo alemán Friedrich Nietzsche: “No existen verdades, sino intereses”. En el prólogo se menciona también que “La verdad es que en sus conclusiones señala [La CVR] a los grupos terroristas como los principales perpetradores y responsables del horror que el Perú vivió durante las décadas de los 80’ y 90’”. Dato curioso este que deslinda responsabilidades y contradice lo expuesto por la Comisión que equipara hasta en demasía la violación de derechos de parte del Estado. Pero no, claro que no se trata aquí de decir quién mató más o menos, pero eso tampoco puede llevar a afirmar cosas como: “aquí no hubo dos partes iguales en combate y el Estado hizo lo que debía hacer repeler a los subversivos. Ellos cargan sobre los hombros la culpabilidad por una cifra de muertos que la CVR, después en sus investigaciones calcula llega a muchos más de los 25, 000 que se estiman inicialmente. Las pérdidas mortales se acercan a los 60,000 –más de la mitad atribuibles solo a Sendero, una fracción adicional al MRTA, un tercio a las fuerzas del orden y el resto imposibles de precisar”.                                                       

Si “La verdad sobre el espanto” quiere erradicar el terror en la ciudadanía sería bueno hacerle saber que no hay peor forma de fraccionar un país de por sí dividido que con la mentira. Adjudicar la total responsabilidad del Conflicto a una parte es caer en esencialismos agotados y vistos ya a estas alturas como verdaderas muestras de ridiculez, desinformación e ignorancia. Atenúa el tono el prólogo cuando señala algo cierto como: “los terroristas, y en particular Sendero Luminoso, mostraron una salvaje crueldad para cometer sus crímenes. Pero la incapacidad inicial del Estado para combatir el fenómeno abrió a su vez otro capítulo de excesos”. En ello sí que tiene razón y es quizá esa línea que “La verdad sobre el espanto” debería construir un intento de verdad, quizá una que albergue a victimarios y víctimas y no sindique una sola parte de por sí horadada por sus propias diferencias y responsabilidades. Una que al menos vaya en una dirección opuesta a la que parece construir con imágenes el mismo texto como si en el uso de las imágenes se negara todo aquello que se parece querer aceptar en palabras. Se señala que “la aparición del libro se hace más pertinente con el reciente incremento en la actividad de los remanentes senderistas que se parapetan en el interior del país”, pero se olvida de ese otro terror y espanto al que es sometido el ciudadano de a pie que en medio del pánico por la llegada de una 3era ola que parece demorar más mientras se hace más grande e imposible se tiene que enfrentar a estas “actualizaciones de verdad” casi siempre con fines personales y nunca pensando en el otro. El prólogo de “La verdad sobre el espanto” finaliza con la frase: “Sendero Luminoso, por cierto, fue el obsequio que la dictadura militar le dejó a la democracia que retornaba tras doce años de interrupción”, pero no dice nada de otro terror, ese que viene del Estado y que por ahora parece no encajar en la construcción de sus propias y nunca tan ajenas verdades.


martes, 2 de febrero de 2021

"Canción sin nombre" de Melina León

 


Canción de Nombre de Melina León

Eduardo Reyme Wendell


En los años 80, la recesión económica, el caos social, los atentados de coches bombas y las torres voladas por doquier fueron, junto a las largas colas y el paquetazo, uno de los peores recuerdos del primer gobierno de Alan García (1985-1990), sumado a ello, el tráfico de niños dados en adopción durante ese periodo desató uno de los peores escándalos que evidenció la existencia de una de las mafias más peligrosas que pueda existir en nuestro país: la letrada.

Dichas prácticas evidenciaron en su momento un sistema quebrado desde lo más profundo de sus bases, un accionar inenarrable que para pretextos de muchos postulaba que, ante el fuego desatado por la violencia política del Perú, la mejor opción de aquellos niños y niñas, arrancados de los brazos de sus madres al nacer, era cualquier lugar del planeta menos su país, su propio hogar. Al respecto, bien hace León en traernos a la memoria con Canción sin nombre esa parte de nuestra historia que no yace registrada de manera oficial y que a través de su propuesta basada en hechos reales nos permite reflexionar en que, como dice uno de los personajes de la película, “el tiempo es la distancia más larga entre dos lugares”.

Canción sin nombre cuenta la historia de Leo y Georgina, dos peruanos venidos a la capital, empujados seguramente por la violencia que se empezaba a desatar en la ciudad de Ayacucho y en sus zonas más alejadas debido al despliegue que Sendero Luminoso (SL) empezaba a realizar desde su primer accionar. Al respecto, cabe mencionar que la historia oficial señala que fue el 17 de mayo de 1980 cuando un grupo armado incendió las actas electorales en el pueblo de Chuschi; sin embargo, la memoria popular señala otro inicio, exactamente el 21 y 22 de junio de 1969 cuando “a pólvora y dinamita” se protestó en defensa de la gratuidad de la enseñanza en Huanta y Huamanga. La cifra “oficial” señaló dieciocho muertos, pero se sabe que varias decenas de cuerpos fueron desaparecidos por las fuerzas del orden. Sin embargo, y a pesar de ello nunca se dice en la película nada al respecto y es el espectador quien debe reconstruir los motivos de la huida de estos jóvenes y ver en Leo y Georgina no solo el drama de una pareja venida a Lima en busca de oportunidades, sino el testimonio de dos peruanos viviendo peor que extranjeros en su propia tierra. Es a partir de allí que desciframos el código en el que está compuesta la cinta y descubrimos que lo más importante en ella radica en aquello que no se dice, que no se nombra, que no se completa, como si los silencios que pueblan Canción sin nombre susurraran aquello que los gritos no han podido lograr, como si cansados de los alaridos ahora se apelara al silencio que flota en el aire.

Estéticamente bella en fotografía, la película está compuesta en claroscuros que le hacen guiños al expresionismo alemán lo cual termina siendo un gran acierto debido a que un drama como el de Georgina subjetiva al espectador a través de las imágenes que surgen deformadas y neblinosas de una realidad de por sí terrorífica y angustiante, da la sensación que se buscara deslizar la idea de que así como en la Sierra estaba el monstruo del terror aquí en la capital radicaba otro aún más grande: el de la indiferencia. Esos silencios hacen que sepamos poco de los personajes. Apenas conocemos que Leo Quispe Ramos es un muchacho de veintitrés años quien junto a Georgina Condori Ñaupari de veinte se ven enfrentados a las duras situaciones que les ofrecía una Lima hostil y explotadora. Son seres indocumentados sobreviviendo a labores informales que les permite tener un poco de dinero para subsistir. Leo trabaja además en lo que parece ser La Parada como cargador mientras que Georgina, a duras penas y con su barriga a cuestas, se dedica a vender las papas que este le da para que ella pueda aportar en la economía del hogar. Es así que Georgina se entera de la fundación San Benito quien aseguraba apoyar a madres gestantes sin costo alguno. Su drama es el drama de muchas jóvenes provincianas que huyendo del terror de sus tierras encontraron en la capital el terror de verse enfrentadas a una ola de secuestros de bebés dados en adopción a expensas de un sistema judicial cómplice y corrupto. Otro detalle peculiar en la película que llama la atención es la canción de ronda que unas niñas cantan mientras saltan una soga antes que Georgina se disponga a ingresar a la supuesta sala de operaciones: Soltera, casada, viuda, divorciada, con hijos, sin hijos, no vale nada” dice la letra y es inevitable pensar en este sistema de basurización que ha rondado a las mujeres provincianas, y eso no tiene nombre como las canciones que cantan el terror y que carecen de uno porque sabemos que esa propia sordidez es inconmensurable.

De Georgina a partir de su pérdida no tendremos más que sus lamentos y su angustia que parecen saltar de la pantalla y sobredimensionarnos con todo su dolor y su rabia. Dicha pérdida une a la pareja y en ese periplo de buscar justicia se nos muestran los otros abusos, esos a los que las mujeres como ella son sometidas a diario en búsqueda de una justicia que siempre parece caminar lento en este país. Los “haga su cola” y los “juzgado de menores 2do piso” resuenan como eco en los pasillos fríos y desolados de un espacio que no sostiene a la víctima, sino que la violenta burocráticamente.

En paralelo se cuenta la historia de Pedro Campos, periodista en ciernes quien se verá involucrado en el caso más por obligación que por interés. Su investigación antes de conocer el caso de Georgina giraba en torno al grupo paramilitar “Rodrigo Franco”, grupo que desató la barbarie e hizo ajusticiamientos de lesa humanidad en la época de García. Siguiendo lo explicado líneas arriba, el director del diario le dice a Pedro que se encargue del caso porque “Rodrigo Franco puede esperar” a lo que Pedro afirma “Han hablado con el presidente” y de inmediato aparecen unas risas cómplices de parte del director y sus amigos, y es que ciertos sectores de la prensa de los 80 jugaban su propia guerra, cantaban también su propia canción.

Esta fórmula a la que apela León se repetirá hasta el final de la película, recordemos que el inicio que tiene la película cuando Leo está bendiciendo su traje de danzak hay una pequeña fiesta familiar donde Georgina canta en quechua y dice “en esa lejanía quiero morirme sola”. Esa misma lejanía podría ser la de su casita de esteras enmarcada entre colores grises y neblinosos, tatuados por el sonido de un mar que la vuelve nada y la reduce a lo más ínfimo que nadie podría jamás imaginar.  Por otra parte, como Pedro se involucra y se compra el pleito de Georgina se ve afectado a que atenten contra su novio, un actor cubano que ensaya para el estreno de “El zoo de cristal” de Tennessee William, pero su miedo, su pudor o el qué dirán lo aleja de este. Vemos una época aciaga para el Perú y es inevitable preguntarnos cuánto no hemos cambiado al respecto. Creo que Canción sin nombre es en el fondo el soundtrack de nuestra desolación como país, puede ser incluso hasta el reflejo de lo que seguimos siendo estructuralmente, una nación rumbo al bicentenario en donde la justicia sigue habitando el terreno de lo inaudito, y las Georginas, siguen ahí, esperando titular su propia canción.

lunes, 24 de agosto de 2020

La revolución y la tierra




En un país donde la construcción de nuestra propia historia tiene tantas y malas versiones de un mismo hecho, en donde los políticos, poseedores de verdades que sus correligionarios convierten en absolutas y por ende peligrosas es necesario saludar documentales que tienen por único objetivo revisar hechos importantes que a fuerza de repetirse se han hecho indiscutibles. Así, por ejemplo, la reforma agraria, siempre ha sido contada como la acción de un mandatario golpista y militar que expropió de sus tierras a un grupo de peruanos que hoy andan quejándose de la opulencia de la que eran poseedores en otros tiempos. Poco se sabe que dicha reforma era algo que el Perú de ese entonces pedía y que fue materializada en el gobierno militar. Nula es también la reflexión de que esa reforma era una medida drástica pero necesaria porque significaba el colapso de un sistema opresor que hacía del indígena como en casi toda la historia republicana del Perú el sujeto más afectado de todos. La aparición de La revolución y la tierra (2019) mira al pasado de frente y a los ojos, sin miedo y sin concesiones con nadie y es quizá ello uno de los puntos más acertados del documental de Gonzalo Benavente que expone con supina inteligencia a una larga lista de intelectuales de intachable reputación para crearnos el antes, el durante y el después de una reforma que hoy, tantos años después, se puede considerar como un hecho más que necesario y es que su ejecución nos toca directamente hasta la actualidad pues como se menciona en el mismo, si Velasco no hacía la reforma, Sendero ganaba la guerra porque la insurrección hubiera venido en una masa incontenible y sin máscaras a lo joker. El documental enriquece a quien lo observa porque hace que nos podamos ver a nosotros mismos y generar desde ahí nuevos diálogos que aperturen la reflexión y nos sigan permitiendo entendernos sin apasionamientos radicales que como vemos en la actualidad a ningún lado parecen llevarnos. Resulta necesario en un contexto de rebeliones venidas de países vecinos revisar en qué situación nos encontramos como país para a partir de ahí reconocer que por aquí el abuso fue en algún momento de nuestra historia lo que campeaba a diestra y siniestra bajo la silenciosa mirada de mandatarios que poco o nada les interesaba la indiada acusada siempre de rebelde y problemática. La revolución y la tierra interpela al espectador desde el primer momento contrastando imágenes del pasado y de la actualidad y demostrando con ello que si algo no han perdido nuestras autoridades es la tan típica huachafada limeña como cuando se le oye al actual ministro de Cultura, Francesco Petrozzi, frente a una visita que hizo el rey de España al Perú decir: “Yo me apellido Petrozzi, así que muy español no soy. Pero me siento español por ser peruano”. Más interesante es ver la manera cómo el documental muestra a Velasco como lo que era: un piurano criollo desconocedor del quechua, fanático de la música criolla y muy cercano a la gente. De hecho hay más de una versión en el documental que me emocionó como cuando un sindicalista fue a buscarlo a palacio, el “Chino” apartó a la policía militar y le prometió atenderlo. “Así era el presidente Velasco” dice frente a la cámara y su emoción nos enmudece. Plagado de historias que trajo la reforma el documental no ha dejado de lado la versión de pobladores que hablan de las grandes haciendas como la famosísima hacienda de Huando en Huaral con añoranza por aquellos tiempos y hasta admiración por la familia Graña. Como fuere, algo que no deja de hacer La revolución y la tierra es dejarnos indiferentes y he ahí el verdadero mensaje que debemos extraer más allá de posiciones predefinidas, quizá ya es hora de reformular conceptos desde las aulas y generar diálogos que nos acerquen sacándonos viejas historias que nos contaron los abuelos o los padres y apuntar que más allá de lo que muchos crean la tierra, nuestra tierra, estuvo plagada de revoluciones porque la indignación apremia y los que lucharon por la justicia aún viven entre nosotros.


domingo, 23 de agosto de 2020

Usagi Yojimbo & las tortugas ninja de Stan Sakai y Tom Luth. (Planeta Cómic, 2018)





Coleccionar tortugas es mantener en forma al niño que llevamos dentro. Es recordar nuestra infancia, nada triste, nada serena, nada sola. Todos guardan en cada muñeco playmates un retazo de su memoria, por eso quizá tratamos de recuperar con ansias esos cuatro quelonios con nombres renacentistas, un Donatello undercover o ese Destructor que nunca se llamó destructor sino Oruku Saki o Shereder, pero que para nosotros puede llamarse como se le dé la gana porque como se llame lo querremos igual.

Recordar los personajes de las tortugas es adentrarse a ese mundo de colores, a la cultura pop, a ese Nueva York en apuros siempre y listo para ser rescatado por estos héroes verdes y bonitos. De las tortugas hay muchas cosas que median entre nosotros y la pantalla, objetos tan valiosos como hermosos que valen la pena tener por ese afán de coleccionista. Los cómics, en ese sentido, fuente original de donde provienen, fueron creados en 1984 por Kevin Eastman y Peter Laird en un blanco y negro acorde a esa aura oscura impresa en la historia original y que acaba de ser publicado por la editorial peruana Deuxstudio Editorial, pero no me detendré a hablar sobre ese comic porque quiero hacerlo en una siguiente reseña. Decía que sobre las tortugas existen piezas gráficas dignas de colección y ese es el caso de Usagi Yojimbo & las tortugas ninja.
Usagi Yojimbo fue creado por Stan Sakai y apareció por primera vez el mismo año que apareció TMNT núm. 1. Su creador dibujó a Usagi con las tortugas y le tomó por sorpresa que su personaje apareciera en un cómic sobre las mismas, tiempo después Sakai mencionaría que de haber sabido que su conejo iba a publicarse hubiera hecho algo mejor. La historia, aunque corta y sencilla gana mucho con la forma cómo se presenta. Se observa un Usagi cual samurái de Akira Kurosawa en la era Edo visitando a un Splinter con el nombre de Kakera sensei. De inmediato este le encarga una misión y designa a sus verdes acompañantes cogiendo unas tortugas que se encontraban chapoteando en el río. Este viaje a través del tiempo nos hace recordar a la Teenage Mutant Ninja Turtles III: Turtles in Time con la única diferencia que este viaje al pasado tiene más contenido que el de la película. En el cómic la mitología japonesa hace su aparición y nos relata una historia fascinante y bella.

Se cuenta que en Japón se ha asociado los terremotos a los siluros, una especie de pez de aguas dulces que puede notar un movimiento sísmico a largas distancias. Creían los antiguos según Sakai que los terremotos se debían a la creencia que debajo del país del sol naciente vivía un siluro gigante llamado Namazu. El dios del trueno de nombre Takemikazuchi o Kashima-no-kami capturó a ese pez bajo una piedra inmensa, la parte superior de esa piedra se cuenta reposa en el santuario de Kashima. Dicen que la piedra detiene la cabeza de Namazu y ello controla que la isla no desaparezca.

La historia se relaciona con el cómic porque es Splinter o Kakera sensie quien tiene una parte de dicha piedra con la que podrá evitar la destrucción de todo el país y el mundo. Enfrentamientos, buenos gráficos y una serie de dibujos entre Sakai e Eastman en la parte del libro hacen pensar que este cómic debería reposar en la estantería de todo buen tortuguero.

Teenage Mutan Ninja Turtles One (Deux Graphica Studio, 2020)

                                                                                         
                                                                                                    

Sería fácil mencionar la gran verdad que el volumen 1 de Teenage Mutant Ninja Turtles es una obra maestra, primero porque ello ya se ha dicho, y segundo porque el motivo de esta reseña con muchos años de retraso tiene razones justas en su demora y llega, o así lo imagino, como el monje tibetano que aun sabiendo que su templo es el más bello decide volver a contemplarlo solo para entrar en él, pero de una forma diferente. Por tal motivo, otras son las razones que me mueven a escribir sobre este primer volumen, la primordial, hacer que los niños que fuimos volvamos a las tortugas a través de la lectura y habiendo leído el cómic nos demos cuenta que cuando se habla de ellas no solo estamos hablando de una historia llena de nostalgia y colores, no señores, estamos hablando también de una propuesta revolucionaria en todo el sentido de la palabra y me parece que desde esa posición firme y contundente podremos empezar haciendo respetar una de las historias más importantes de los cómics independientes. Un David que alguna vez se tumbó a un Goliat.
Definitivamente el volumen 1 es raro para una generación que nació con las tortugas del 87, llenas de colores y aventuras que hicieron que nuestra infancia sea una de las mejores. Recuerdo que por aquellos años los cómics que vi eran de DC, descontinuados casi siempre y por lo general de Superman. Por lo tanto, soñar en ver a una editorial como Mirage Studios colgada de un puesto de periódico era una utopía, los puestos tenían separado entonces sus titulares y estaban, esos sí continuados, llenos de coches bombas y atentados. No se trata aquí además de empezar a hacer comparaciones entre el dibujo y el cómic; es primordial entender que los dibujos que vimos de pequeños son una adaptación con una cuota de violencia reducida a la enésima potencia. A mi parecer, la mejor manera de valorar la historia original es contextualizándola. Todos sabemos que Eastman y Laird hicieron algo que el público nunca se esperó, es decir, hacer que dos completamente desconocidos se alejaran de propuestas estereotipadas propias de modelos predefinidos. En ese sentido, es la crisis económica y por ende creativa la que dejará espacio y libertad para que propuestas como la de ambos tomara un espacio que no había sido captado por nadie. La creación de Mirage Studios, una editorial independiente y por ende modesta sería algo similar como lo que acontece en la actualidad con las llamadas editoriales independientes peruanas, (que por cierto existen) dicho de otro modo, es como que en la actualidad una independiente se bajara en ventas al monstruo que es Randon House en el tema libros.  
Dicen que la distancia permite contemplar mejor lo que se observa, si aplicamos ello en el cómic de TMNT cabe mencionar que la historia gana más respeto aún si advertimos que su propuesta no es gratuita y está plagada de guiños a maestros como Frank Miller y Jack Kirby. De hecho, Eastman y Laird cuando deciden crear al personaje de Splinter estaban haciendo una parodia al maestro de Dardevil de Frank Miller, así como cuando crean el clan del pie estaban haciendo un guiño al grupo de ninjas presentes en el mismo cómic. Esto en realidad no fue nuevo para los fans americanos que asociaron de inmediato la referencia, la particularidad de TMNT radica en su propuesta artística que además no fue algo buscado, sino que refleja la precariedad del contexto económico de la época. Me gustaría entonces mencionar que aquí en el cómic lo que encontrarán es una atmosfera totalmente lúgubre y no por ello inferior. Al no haber bandanas de colores sus personajes solo pueden ser reconocidos por sus armas, la historia de los dibujos aquella que cuenta que Amato Yoshi se convirtió en Splinter es lejana y más cercana a la película de 1990 dirigida por Steve Barron. A su vez la historia del cómic es más humana y carnal porque la rivalidad entre Oroku Saki, conocido por estos lares como Destructor y Amato Yoshi se debe a que fue este último quien mató al hermano de Oroku Saki de nombre Nagi cuando lo sorprendió agrediendo a Tang Shen, el cómic hace una narración bella cuando señala: “El mundo de Yoshi se desvaneció en una roja confusión”.
Y si esto no es poco para despertar la curiosidad de cualquiera, ver la actitud que toman las tortugas para vengar al maestro de su maestro es impactante, contemplar la relación laboral entre April O’Neill y el doctor Baxter Stockman aturde. Los personajes se abren paso en medio de las historias y van apareciendo los mouser así como Fugitoid y su conmovedora historia son pequeñas primeras muestras que dan cuenta que Eastman y Laird la tenían clarita desde el inicio y sabían a dónde apuntaban. También y para perfumar el recuerdo como dice el vals aparece el mítico Volkswagen Classics más conocido como la tortuvan con un propietario peculiar y un amague argumental magistral sobre su posible y dudosa procedencia. No obstante, aparece o mejor dicho aparecen los Triceratones y un viaje en el tiempo que tendremos que esperar en qué acaba hasta la aparición del tomo 2 por parte de la apuesta digna de aplauso de Deux Graphica Studio de quien diré a su favor que no han llegado tarde a la reimpresión del cómic, en realidad fuimos nosotros y nuestras peculiares circunstancias.


miércoles, 2 de noviembre de 2016

RETORNO A LA CREATURA O EL IMPULSO LÍRICO INICIAL DE UN POETA OMNÍVORO

En una entrevista Pablo Guevara señala que su silencio poético de 28 años desde su última publicación Hotel del Cuzco y otras provincias del Perú (1971) a La Colisión (1999) se debió en parte a motivos editoriales porque en palabras del autor “que yo sepa hoy nadie te publica tan fácilmente”.
Este primer apartado es inevitable no dejar de comentarlo, pues si que te publiquen 
-como lo señala Guevara- es difícil, que te reediten es imposible, pero a veces también es una necesidad. Eso sucedió con Retorno a la creatura, libro ganador del premio José Santos Chocano en 1955 el cual vio la luz en la ciudad de Madrid en 1957, gracias a la Cooperación Intelectual.  
Se ha hablado mucho del silencio poético en la poesía de Guevara, a la luz de los años y después de barrida la arena del tiempo advertimos que esos 28 años son anecdóticos frente a los 57 imponentes años que tiene Retorno a la creatura recientemente reeditado por la editorial Vivirsinenterarse, el mismo es un libro fundamental dentro de la poesía peruana para comprender los cambios importantes en la poética individual del autor así como para comprender la influencia que ejerció en la poética colectiva de las siguientes generaciones. No sabemos si Guevara lo sabía pero su preocupación individual conllevaba cierta preocupación grupal, generacional, de tradición. Y si hablamos de tradición es indiscutible que uno de los poetas del 50, sin sentirse parte de dicha generación, fuera una pieza clave en el cambio de registros y aperturas a voces anglosajonas en un etapa en donde la llamada Generación del 50 atendía sus gustos en la poesía de la Generación del 27 y específicamente en poetas como Lorca, Cernuda y Machado que aunque Guevara nunca desmereció jamás sintió que habían influenciado en él. A cambio, la tradición por la que Guevara apostaría sería la de Bretón, Eluard y Apollinaire: “Esa corriente siempre me pareció más importantes que la hispana. Mis críticos dicen que luego pasé a la poesía inglesa y de eso sí estoy consciente, lo que pasa es que yo ya escribía poemas con un alto valor de prosa crítica que es lo que caracteriza a la gente como Eliot”.
Pero no nos adelantemos al Guevara elotiano, ese Guevara, artista iconoclasta y maravilloso que en palabras del crítico Ricardo Gonzáles Vigil da muestra de sus intereses y de sus exploraciones poéticas en La colisión, un libro “vehemente, casi incontrolable en su aliento dinamitero ideológico y estilístico”. Es importante tener como cúspide La colisión porque viendo el viaje no hacia adelante sino como una retrospectiva podríamos señalar que el primer libro de Guevara es pieza clave que nos permite ver la construcción de un artista y las preocupaciones propias de su época. Esas mismas preocupaciones no dejarán de estar presente en sus siguientes libros desde un discurso que critica a la hegemonía y a sus superficialidades. Dicho de otra manera, es difícil no dejar de encontrar en la voz de Guevara una clara intención de descentrar los centros de poder y cuestionarlos, desmantelarlos del moho de su conformismo y evidenciarlos usando alegorías; quizá la forma en Retorno a la creatura dista mucho de otros libros del autor, pero a nivel de fondo encontramos la misma mecánica, la crítica reflexiva que en Eliot y unido a la influencia de Pound hará de este primer poeta un autor no con mayor profundidad pero sí a un autor capaz de articular varias aristas dentro de su poética. Por ejemplo en los poemas de su primer libro se busca dar cuenta de los espacios como mecanismos de control y poder como cuando en el poema “Dos monarcas” el pescado abandona su reino, un reino ajeno al yo lírico que los une por ese instante y que lo hace reflexionar en la nostalgia que ha de sentir ese pescado extrañando al mar y que nos devuelve en la contemplación de la mirada el reflejo de cuán solo se encuentra el hombre que tiene entre sus manos un pescado pero que se encuentra sin el amor para terminar refractándose en nuestra mirada descubierta y plagada de la misma soledad. Nosotros como lectores vemos la escena y por un instante ese pescador nostálgico y reflexivo nos delata cual espejo. El poema finaliza con un rotundo verso que pareciera transportar nuestros cuestionamientos “si sonara el amor, extenso como el mar” dice el poema y entonces advertimos la genialidad de Guevara de haber echo del poema un momento en donde nos reconocemos todos. Esa inevitable soledad del ser es la misma que en La colisión se plantea con la alegoría del iceberg a punto de ser colapsado por el Titanic que representa a la sociedad o quizá al grupo de personas solitarias que encarnan dicha soledad.
En 1965 cuando Guevara ya había publicado Los habitantes (Madrid, 1963 - Lima, 1965), su producción ya era considerada próxima al simbolismo, en palabras del crítico Alberto Escobar era una poesía aquella “de exuberante despliegue metafórico” que apelaba a símbolos. No se equivocaba Escobar al señalar la búsqueda en imágenes del joven Guevara que en su primer poemario gozaba de un impulso lírico impresionante, recordemos que en este poemario yace la elegía al padre, titulada “Mi padre, un zapatero” que mereció una tesis universitaria del profesor Armando Zubizarreta y que es un poema de profunda reflexión donde el yo poético evoca a un sujeto libre en otros tiempos el cual además no se encuentra atado a nada ni a nadie lo cual le  permite estar “navegando en el patio” en compañía del “amable licor como un reino sin fin”. Guevara parece querer jugar con la metáfora de la madurez como un despojo del ímpetu y la producción que nos acerca a nuestro propio fin, posada la nieve sobre nuestras cabezas somos objetos tan deleznables “como una cosa usada, un zapato o un traje”. Entonces advertimos lo que el poeta quiso hacernos pensar que no es otra cosa en cómo el sujeto en una época posmoderna o de capitalismo tardío es visto como parte intercambiable de la gran máquina de la modernidad que nos anuncia desarrollo y solo trae destrucción y caos. Esta misma metáfora nuevamente aparece en La colisión y ahí radica la importancia de Retorno a la creatura, y es que gracias a este libro podemos ver el impulso lírico inicial de un poeta omnívoro que hoy después de 11 años de fallecido seguimos leyendo y del cual seguimos aprendiendo como si el silencio en su poesía fuera su propia poética o una enseñanza, y es que parece que con su primer libro Guevara se hubiera propuesto tejer sin saberlo conscientemente una ópera silenciosa que devendrá en un témpano poblado de poetas peruanos. En el esquema de Guevara lo poético expulsa de su seno a aquello que no lo es. Lo hace a través del silencio, pero también a través de la propia forma.
Pablo Guevara el disidente de la Generación del 50 como señala Alfonso Rabí Do Carmo fue uno de los autores con una de las obras más radicalmente personales de los cincuenta. Su Retorno a la creatura en palabras de Javier Sologuren posee una “pareja y alta vibración lírica” del que no solo destaca el poema ya mencionado sino también “Poesía”, “cuya misión exalta por ser dispensadora de una plenitud de amor y belleza”, sean estos versos testigos de lo afirmado hasta aquí.

No importe el halcón en el techo devastado
Ni el rostro sombrío del odio tras el vidrio,
Si son tus ojos mi luminosa angustia,
Tus labios, la única verdad de cada día,
En todo corazón inexplorado
Las ternuras de tu continuo amor
Sobre mis tierras.










Bibliografía

Araujo, Óscar (2001). El difícil camino del cine y la poesía (Entrevista con Pablo Guevara). La Casa de Cartón 23, pp. 2
Lauer, Mirko (2001). La colisión: La ópera marina en cinco actos de Pablo Guevara. La Casa de Cartón 23, pp. 12-13.
Paz, Miguel (2001). Pablo Guevara y la revelación de su lenguaje. La Casa de Cartón 23, pp.18-19.
Rabí Do Carmo, Alonso (2001). Pablo Guevara, Hotel del Cuzco y el hombre contra el poder. La Casa de Cartón 23, pp.10-11.
Sologuren, Javier (2001). La poesía de Pablo Guevara. La Casa de Cartón 23, pp. 8-9.
Vigil, Ricardo (2001). Pablo Guevara, el explorador. La Casa de Cartón 23, pp.14

¿Puede Camila tener dos mamás?

Ferrari, Verónica (2015). 
¿Camila tiene dos mamás?
Lima: El armario de Zoe.
Lo primero que llama la atención del primer libro de cuentos de Verónica Ferrari titulado “¿Camila tiene dos mamás?” no debería solo remitirse a los reclamos que bien hace su autora como activista LGTB a través de la ficción, sino que el cuento en sí debería abrir la discusión y hacernos pensar por qué, en la larga historia de nuestra literatura, no ha habido más Camilas poseedoras de esa inmensa pregunta que las agobia y no las deja ser felices, ¿o es que acaso alguien cree realmente que ese drama por el que pasan niños y niñas no existe?
“¿Camila tiene dos mamás?”, escrito así, con signos de interrogación y no de manera afirmativa, impele al lector con la siguiente pregunta: ¿Por qué no podría tener Camila dos mamás? Y es desde ahí, desde su título, que la búsqueda de tal respuesta responderá al punto de enunciación desde donde nos encontremos cada uno de nosotros como lectores en torno a las causas LGTB, silenciadas e invisibilizadas por no pertenecer al canon. Por supuesto que Camila podría tener dos mamás, y tal como expone el maestro en la parte final del cuento, no solo eso, sino que podría tener otro tipo de familia que escape a su propio conocimiento. 
En su mayoría, siento que muchos periodistas de diarios culturales han mostrado su atención porque el libro haya sido hecho por una activista LGTB, y parecen haber olvidado el cuento en sí, el cual busca poner como tema central la felicidad de una niña que no logra consumar su tranquilidad por las personas que la rodean. Justamente ese espacio hostil está conformado y construido por adultos que con sus prejuicios ocasionan que la mejor amiga de Camila, Rocío, se distancie de ella. Este último personaje es interesante porque en el cuento ella busca saberlo todo, pero cuando logra enterarse del tipo de familia que tiene Camila, se da cuenta que el conocimiento que ella busca está condicionado por el tipo de formación cultural que posee.
Camila es una niña que lo único que parece anhelar es salir airosa de esa inmensa pregunta, lo cual indirectamente hace una crítica al mundo adulto, puesto que, el que una niña tenga ese tipo de aspiraciones, solo refleja la crueldad de una sociedad acostumbrada a aceptar tipos de familia tradicionales que, por ende, anulan los antagonismos borrando las diferencias.
“Yo no dejaba de pensar, en todo el viaje, que por esa sonrisa iría a cualquier lado”, le dice Patty a la pequeña Camila, acerca de cómo conoció a Lucy, su otra mamá, y entonces nos enternecemos y nos damos cuenta de que la otra arista adicional a la felicidad de una niña como Camila es la felicidad colectiva, una felicidad que pareciera estar negada o no permitida en épocas donde el mundo capitalista pareciera querer fabricar hasta nuestras propias formas de ser felices y amar. En ese sentido, el cuento busca dejarnos preguntas como aquella que nos dice: “¿Por qué el amor tiene que preocuparnos más que la violencia?”, y es verdad, ¿qué de violento puede ser el amor sobre la violencia particular que emana del odio?
La inmensa respuesta de Camila, esperada con una valentía que sorprende, está, digámoslo así, firme y segura por la información que posee, dicha información es la misma de la que adolecen las personas que, asustadas en la vida real y en el cuento, reflejan el temor por lo desconocido y dejan que este sea cubierto por aquellos mitos que es importante disolver desde la escuela para no formar niños y niñas que se sorprendan con las diferencias y aspiren a cosas que vayan más allá de responder preguntas que no existirían en su pequeñas mentes, si los adultos al menos les comunicaran que no todos somos iguales y con ello los dejaran ser libres y felices.
Camila tiene dos mamás, así, sin signos de interrogación, no solo narra la historia por la que muchas familias LGTB pasan, sino que narra el drama por el que pasan los más pequeños por no encajar en sociedades fabricadas con las taras del mundo de los adultos. Esa felicidad que afirma tener Camila al final, nos debe hacer pensar que debemos ser muy mezquinos como seres humanos para posicionar nuestras propias miserias y negarle a los niños y niñas de nuestro país el derecho de crecer con la información justa para no seguir inventando inmensas preguntas y tener, por el contrario, inmensas respuestas.