jueves, 20 de septiembre de 2012

Un teatro para «vísceras pensantes»: «Resistencia a la locura» de Max Pinedo


 “No hay actividad humana de la que pueda excluirse to
da intervención intelectual: no se puede separar al homo
faber del homo sapiens. Al cabo, todo hombre, fuera de
su profesión, despliega alguna actividad intelectual, es
un filósofo, un artista, un hombre de buen gusto, participa de
una concepción del mundo, tiene una línea consciente de conducta
moral y contribuye, por tanto, a sostener o a modificar una concepción del
mundo, o sea, a suscitar nuevos modos de pensar”

 Antonio Gramsci



I.  Locura, representación y marginalidad
Fue el S. XIX, la época, en donde se dio una definición a la locura como un signo que pudiéndolo padecer cualquier hombre o mujer, delatara en sus acciones, comportamientos inusuales dentro de lo permitido. Antes de dicha fecha, la locura era algo inconexo con la medicina que terminó estando asociada a enfermedades, creencias demoníacas y confusiones en enfermos de epilepsia, que como resortes, samaqueaban sus cuerpos y se veían luego de pasado el shock, asombrados, bajo acusaciones que en el Medioevo se relacionaban con la brujería y por ende, se castigaba con la muerte.
Fue en esta época, en donde los códices religiosos imperaban y el poder le pertenecía a un sector específico de la sociedad que apareció el Gargantua y Pantagruel[1] que, estudiado años después, bajo la atenta mirada de la crítica, nos hiciese reflexionar acerca de la intencionalidad que han tenido los creadores de poner de manifiesto las prácticas culturales de sectores subalternos, muy a pesar de la época y muy a pesar de lo permitido.
Durante el Renacimiento, la locura terminó siendo un arma de doble filo que permitió a los autores que tocaron dicho tópico, elaborar críticas desde un discurso totalmente diferente. No era entonces la razón el único discurso desde donde se podía entender el mundo y ello conllevó a que bajo la duda el hombre pudiera tocar temas como su propia existencia, elaborando nuevas lecturas, muchas de ellas satíricas de su propio ser. La literatura dejó el periodo oscuro del Medievalismo y el paradigma renacentista trajo consigo nuevos aires. Es famoso, por ejemplo, encontrar textos donde se plantea una sátira hacia la razón como método genuino de conocimiento. En el ensayo cabe señalar a Erasmo de Rotterdan con Elogio a la locura; en el teatro, el Hamlet  de Shakespeare, que mostraría además un nuevo mecanismo que cualquier personaje de Moliere o Moratín, hubiesen detestado: la indubitable duda.
El planteamiento de dichos autores al tocar temas nuevos se debió en parte a que el contexto renacentista permitió que la cultura empezara a manifestar discursos que anteriormente no fueron tomados en cuenta. Los escritores, por ejemplo, ya no solo eran los sujetos de la clase dominante sino que buscaban ahondar en sus culturas sus propias inquietudes e intereses. Sus nuevos planteamientos no son sino el resultado de los temas que en el Medioevo fueron marginados y mirados con poco o ningún interés. En definitiva, se puede observar que desde cualquier representación literaria, léase teatro, ensayo o crítica, los discursos emergentes han sido esa otra vuelta de tuerca por la que se ha manifestado la cultura popular, ajena a esferas de poder y a instancias de control.
Ese otro discurso, anticanónico y atípico que siempre existió en la literatura ha transitado muchos años a lo largo de la historia y ha pertenecido sometido a paradigmas culturales que pertenecen al canon[2] al cual poco parece interesarle estas manifestaciones que se han organizado con la sola intención de poder expresarse.

II. Intencionalidad y propuesta
La obra en mención, quizá represente, como lo señalábamos líneas arriba, todo ese malestar que han sentido muchos autores de querer ver representado su mundo bajo su propia concepción y no bajo difusas miradas. Max Pinedo, así lo sabe y no intenta develar misterio alguno sino manifestar su propuesta de no pretender coincidir con lo preestablecido.
Lo que él llama como la «estética de la mezcla»[3] termina siendo a un nivel pretextual, la propuesta de un teatro marginal que utiliza el tema de la locura como un pretexto diegético sobre el cual apoyar su discurso. No obstante y he aquí lo interesante de la obra es que dicha marginalidad se sirve de ciertos mecanismos con el fin de obtener la atención de un público ajeno a una práctica cultural diferente.
Al respecto cabe señalar que el «mundo letrado», se ha acercado a estas nuevas formas de expresión popular y existen algunos válidos intentos por abordarla. Pienso, por ejemplo, en el libro de Víctor Vich titulado «El discurso de la calle» que se ha planteado la pregunta de cómo funciona la modernidad en el Perú a partir a partir de una lectura teórica de la producción simbólica popular y urbana. Vich utiliza como método la experiencia etnográfica y su punto de enunciación se torna subjetivo. A diferencia con la propuesta de Pinedo que aborda un discurso marginal desde un punto de enunciación claro y una cultura de la cual él es parte, Vich termina siendo esa otra mirada simbólica hacia  una cultura que despierta su interés por el exotismo que le despierta y le genera. No obstante, la propuesta teórica nos sirve para demostrar los mecanismos que utiliza la parte creadora que no puede sostener su propio discurso por mera intención, sino que debe hacer uso de otros sistemas que no son parte de la cultura «letrada». Recordemos, para finalizar, que los cómicos ambulantes de Vich se sirvieron de la televisión para difundir y hacer saber su discurso con la intencionalidad de mostrar su práctica cultural, Así, por ejemplo, Pinedo hace uso de espacios de discusión, para difundir y despertar el interés de los espectadores acostumbrados a un teatro normativista, de lo contrario, nos preguntamos, ¿qué otro espacio utilizaría para hacer saber su propuesta?

            III.  El inevitable escape a la teoría
«Resistencia a la locura» es una tragedia en el sentido estricto en el que la define Aristóteles[4], es decir, una representación teatral que nos muestra el tránsito que debe recorrer el personaje principal, en este caso Fer, marcado por el amor/dolor hacia Elvira, a quien se muestra desde el inicio como una mujer agobiada por el abuso sexual que ha sufrido y que simboliza la herida que no ha cicatrizado en ella.  
El recorrido de Fer tendrá un largo tránsito para poder llegar al estado de purificación, física, corporal, mental, que Aristóteles denomina catarsis. Ahora bien, siguiendo la lectura de La poética observamos en «Resistencia a la locura» que la manera como se cuenta la historia, lo que Aristóteles denominará como fábula, está presente desde el inicio de la acción, pues existe la construcción de los hechos ordenados de manera verosímil y con coherencia que en términos lógicos de causa – efecto, permiten ordenar la trama sin dislocamientos que la perturben.
Cada cuadro/escena en «Resistencia a la locura» no abusa del acto de contar, sino que muestra pequeñas piezas que el espectador deshilvana a medida que empieza a develar el misterio que plantea. La historia entonces va tomando claridad y nos enteramos de la vida entregada a las pasiones que posee Fer junto a su amigo de toda la vida, Pablo. Ambos personajes, castrados de poder y control por sus respectivas esposas. A su vez, Elvira y Magdalena, respectivas esposas de Fer y Pablo, son mujeres que manipulan a sus parejas ya sea directa o indirectamente. En el caso de Elvira, a través de los sueños/pesadillas y en el caso de Magdalena a través de frases que muestran a una mujer que prioriza el cuerpo y lo disocia del amor. Un ejemplo de lo señalado se encuentra en el acto II donde se le oye decir a Elvira: «juro que si me engañas, te corto el pájaro, la lengua y las manos, para que no sientas placer con una perra» Nótese que Magdalena no le ha dicho a Pablo el socialmente establecido «Juro que terminamos», sino que lo desposeerá de su miembro viril, pero aún poseerá el cuerpo. Podemos inferir al respecto ya a nivel textual, que ella no ama a Pablo sino tan solo es su sujeto de deseo. En pocas palabras, se deduce que ella no siente que está perdiendo a Pablo porque él esté con otra mujer, sino que siente que está perdiendo a Pablo porque él ha consumado su acto y no solo ha mirado, sino que ha tocado y ha poseído a otra mujer que no es ella. Ahora bien, en este mismo nivel de interpretación, si partimos de la carga significativa que posee el nombre de Magdalena podemos sospechar que no es una simple coincidencia que bajo ese nombre ella esté asociado al sufrimiento y al dolor, que no son otra cosa en la presente obra, que el amor.
Paralelamente a estos personajes se encuentra el padre y el padrastro quienes encierran una pisca de misterio dado que son ellos los que advierten a Fer que lo que está viviendo es algo repetitivo. Por ambos, nos enteramos de una infidelidad, tema transversal de la obra, que es narrada por ellos sin contemplaciones ni remordimientos. Su único objetivo desde su aparición es advertir a Fer de un final aciago y catatónico. Nada los obliga a estar al lado de Fer sino salvo esa advertencia que en la parte final de la obra se devela con un giro previsible y que pudo manejarse mejor para llegar a esa catarsis que llega al final casi como única solución de cierre.
Lo denominado por Aristóteles como peripecia también se observa en «Resistencia a la locura» cuando Fer pasa de la dicha al infortunio. Pablo, llevando una vida de casado con Magdalena, sale por las noches con Fer del cual termina enamorándose. Los secretos le serán entonces develados a Elvira quien a través de un e-mail que Pablo le escribe a su esposo se enterará entre otras cosas de la vida nocturna que ambos llevaban y de la opción sexual de Pablo que compromete indirectamente a Fer.
Siguiendo a Aristóteles, la agnición tampoco queda de lado dado y está presente cuando Magdalena sale del paso de la ignorancia al conocimiento. Magdalena tal y cual lo anuncia en la obra cumple con lo prometido y le cercena el miembro a su pareja. Elvira, por su parte, se venga de Fer, siéndole infiel a sabiendas de su esposo quien contempla en ella a su objeto de deseo. Es curioso el giro que da la obra al respecto puesto que ahora que ella ya no le es fiel, Fer la ama y Elvira ha pasado a convertirse en una de las mujeres que él siempre frecuentó, esa extraña relación entre ambos desencadenará en la debacle de un personaje que observamos mórbido y a punto de perder la razón. Llama la atención así mismo, a nivel intertextual, la semejanza que se observan entre estos dos personajes y los de Roman Polanski en la película titulada «Luna de hiel».
En general, los personajes en «Resistencia a la locura», son seres entregados a sus vicios y a sus defectos, personas que han encontrado en su resistencia la mejor manera de no caer en la sinrazón. Y es que la resistencia a la locura termina siendo, en el fondo, la resistencia  de ciertos seres incapaces a transgredir sus sentimientos, salvo uno, el sujeto marginal, Pablo, quien es el único capaz de mostrar lo que es, sin miedo al qué dirán. Así como hemos señalado que Pinedo pone al teatro en función a su discurso, así también cabe agregar que el autor no se olvida que sobre cualquier postulado la obra cuenta una historia y esta decisión de  mostrar a Pablo bajo ninguna resistencia demuestra en la práctica su propuesta discursiva.
Para finalizar quisiera agregar tres conclusiones. La primera es que no es curioso que su autor a pesar de desarrollar un «teatro marginal» utilice esferas de difusión. Muchos sectores marginales para subsistir han tenido que utilizar los mecanismos habidos y por haber para manifestar su postura. La segunda es que a pesar que el autor señala realizar un teatro marginal, la estructura de la misma es una composición aristotélica y lo señalado líneas arriba demostraría ese inevitable escape a un patrón que ha regido al teatro. Pinedo, no rechaza la teoría en sí, lo que rechaza es a los críticos que no pueden ver más allá de lo que sus ojos le permiten. Como tercera y última conclusión quisiera finalizar señalando que «Resistencia a la locura» es en el fondo la resistencia al amor/dolor, la inexacta expresión del deseo que destroza y sacia a los amantes. Una obra que como lo decía Gramsci, ayudará a sostener o a modificar una concepción del mundo, o sea, a suscitar nuevos modos de pensar.


[1] El libro que hago alusión es “La cultura en la edad Media y el Renacimiento” de Mijail Bajtin
[2] Para más referencias revísese  «El canon occidental» de Harold Bloom.
[3] «A simple vista [mis personaje] dan la impresión de ser apolíticos, pero su comportamiento demuestra lo contrario, ellos buscan al legitimar una nueva forma estética que surge desde la marginalidad y se comporta de manera muy particular, a este fenómeno yo lo llamo estética de la mezcla, que es totalmente reaccionaria». Prólogo de “Tres barras, una mujer y un tabique roto” (Delfín rosado, 2012)
[4]  “La tragedia [es] imitación de una acción esforzada y completa, de cierta amplitud, en lenguaje sazonado, separada cada una de las especies en las distintas partes, actuando los personajes y no mediante relato, y que mediante temor y compasión lleva a cabo la purgación de tales afecciones”.

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