martes, 9 de febrero de 2016

Un Domingo cualquiera

Si Domingo de Ramos hubiera nacido, digamos, en un país y en una ciudad que valorara a sus artistas, sería considerado el último poeta maldito de su generación. Quizá lo estudiarían con respeto estudiantes con conciencia de clase y no esperarían a que llegue su muerte para recién leerlo. Las autoridades de su ciudad, conscientes que la identidad se construye a través de políticas culturales se habrían apurado en reclamar su cuna de nacimiento —cual Homero peleado por siete ciudades griegas—. Los gobiernos regionales preocupados en sembrar identidad en sus pobladores hubieran impreso mil, dos mil, tres mil ejemplares simples de poemas hermosos en papel periódico para entregarlos a los pobladores completamente gratis. Hubieran usado su nombre para rotular concursos de poesía y lo habrían invitado a él y a lo que significa su nombre en el mundo de las artes para crear lazos en poesía y así entonces la ciudad hubiera alcanzado más prestigio, más renombre, hubiera pasado inmediatamente a ser ruta obligatoria de miles de turistas que como en Colombia van a Aracataca intentando encontrar Macondo, así Macondo no sea Aracataca, posando en cualquier árbol que tenga el rótulo de «Aquí amarraron a José Arcadio Buendía». Y es que en Colombia saben muy bien que no hay Macondo que toda Aracataca está construida con el fin de generar turismo y generar ingresos a la ciudad, pero qué hermoso es en realidad creer que existe uno en nuestras mentes y en nuestros corazones, qué triste es por otra parte no tener nada en qué creer salvo aquello que nos dicen que hay que creer.
La ciudad de Marsella no solo es una tierra vitivinícola, seguramente allí vivieron grandes artistas, sería absurdo encasillarla en un solo rótulo entonces, la pregunta es, cuál sería el objetivo de que la vean por un solo flanco siendo un prisma que puede ser mirado desde distintas aristas. Dos cosas. Uno, o las autoridades no quieren que sus pobladores miren desde otra posición su realidad, sus riquezas o, dos (y esta es más real), ellos, los que se ufanan de poder no saben quién carajo es quién en la ciudad que gobiernan.  
Si Domingo hubiera nacido en otro lugar, algún político seguidor del gran Augusto, es decir, esa clase de políticos inteligentes (que los hay, creánme que los hay) buscarían que su nombre sea recordado al lado de los artistas que consagraron en su periodo y mandarían a algún escultor a elaborar una estatua o al menos un busto en el distrito más emergente de la ciudad devolviéndole a la misma un motivo de orgullo, un aliento de esperanza. El migrante pujante entonces se miraría en el poeta y sonreiría de placer porque así se daría cuenta que él se encuentra en la misma lucha, pero desde otra acera. Festivales de poesía se celebrarían sin mezquindades hacia él, le mandarían los pasajes por anticipado y jamás le dirían aquello de «Vente nomás que aquí te pago», empresarios inteligentes se ofrecerían a brindarle una habitación decente, de esas que es raro llenar porque no todos duermen en cinco estrellas, quizá le tomarían una foto también y luego el jefe de imagen de dicho hotel le podría crear algún slogan a dicha imagen que rece, «Aquí durmió Domingo de Ramos» o «Este hotel solo alberga personalidades, pase usted». Domingo de Ramos sería leído en domingos soleados bajo las sombras de algún castaño o alguna campana que estuviera tañendo en el aire y no dando pena en el suelo carcomida de óxido y olvido que es el sudor que emanan las autoridades despreocupadas por la ciudad que dicen querer. Las universidades lo tendrían como referente, lo invitarían a dar charlas, seminarios, cursos libres, talleres de poesía. Así entonces Domingo tendría asegurada su pensión y podría dedicarse a tiempo completo a ser aquello para lo que nació, el orgullo de su ciudad, el poeta de su región, el artista que todos respetan y quieren ser de grandes.

El día de la consagración de Domingo sería festejado entonces por todos en su ciudad. Políticos, docentes, empresarios y estudiantes recibirían la noticia con ese mismo orgullo que ha sido opacado en esas otras provincias donde el arte y la cultura importa un pepino. Hubiera quizá también una biblioteca con su nombre y si en caso en dicha ciudad tuvieran otro ícono, pues al menos le crearían una sala con su nombre. Su obra completa impresa por el Fondo Editorial del Congreso de su país estaría en todas las bibliotecas de los pobladores. Lo leerían los jóvenes, recitarían “China pop”, el maravilloso “Chacalón” o esa pieza coqueta que es “E”, pero como Domingo nació en Ica está condenado a todo lo opuesto, a todo lo contrario, está condenado a que él sea solo un Domingo cualquiera.

Museografía de la ignorancia


Lo primero que hago cuando visito un lugar es preguntar dónde queda la biblioteca de la ciudad. Es una costumbre, una manía, un hábito. En una de mis tantas visitas a esta hermosa ciudad y después de presentar el proyecto educativo - cultural “Vivir Leyendo” a las autoridades del colegio Humboldt me apersoné a ir a la llamada Casa de la cultura de Pisco. He de comentar que siempre que había querido visitarla por una u otra razón ocurrían inconvenientes.
Aquella vez asistí con César el cual me presentó a una de las personas más amables que he conocido, la señora Lesenia Reyes, bibliotecóloga de dicho lugar quien nos trató de forma muy amable y atenta. Estando allí aproveché la ocasión para comentarle el proyecto de investigación en el cual me encontraba y no dudó ella ni un instante en mostrarme los estantes repletos que me podrían servir. Me sentí como en casa. Mientras revisaba la bibliografía de maravillosos textos que encerraban la historia de una ciudad que siempre despertó mi curiosidad y alimentó la imaginación de mi infancia, miraba de sesgo a jóvenes que revisaban textos de academia, seguramente estudiantes preuniversitarios que han encontrado en dicho silencio el espacio perfecto para poder estudiar. Revisé cuanto me permitió el tiempo, apunté libros que tendría que leer, tomé fotos a bibliografías importantísimas, pero sobre todo conversé con ella. Mientras la veía sentada detrás de su pequeña oficina pensaba cuán admirable e importante era su labor. Después de varios minutos de conversación no dudé ni un instante y como agradecimiento le obsequié mi último libro con la esperanza que confundido entre miles de textos fuera quizá alguna vez leído por alguno de esos jóvenes.
La señora Lesenia nos habló de cómo sobre las carencias post terremoto había logrado la Casa superarse. Debo señalar que los espacios son cómodos, tienen salas muy modernas y hasta mejores que muchos distritos de Lima. Después de varios minutos de conversación amena fui invitado por ella a recorrer el breve perímetro del lugar, encontré una sala abierta que mostraba bellas esculturas y pinturas. Junto a César decidimos contemplar la misma. Después de varios minutos nos disponíamos a salir cuando un tipo impresentable nos comenzó a gritar preguntándonos que quiénes éramos nosotros. Me sentí confundido, César y yo nos miramos, decidimos escucharlo después que le manifestara que queríamos ver la muestra y habíamos decidido entrar. Su tono se tornó agresivo, lo que me dijo casi gritando fue increíble: “Nadie puede entrar sin mi permiso”. No podía creer lo que me decía. Quise responderle, creo que César también. Decidimos en medio del silencio mutuo escuchar los que nos decía, “yo soy el encargado de este lugar”, repetía bufando cual toro salvaje y agregaba aún molesto, “si alguien quiere entrar primero debe pedirme permiso a mí”. Sentí la vergüenza que pudo estar sintiendo César en ese instante. Yo la hubiera sentido si hubiera llevado un amigo y lo hubieran tratado así y peor aún si hubiera este escuchado tal barbaridad.
Por la tarde mientras presentaba el proyecto frente a las autoridades del colegio y la prensa fue imposible dejar de comentar lo que había ocurrido por la mañana. Varios profesores se indignaron, los periodistas me ofrecían disculpas por algo que no habían hecho, después de darles las características físicas lo identificaron inmediatamente. Difícilmente puedo olvidar a quien se muestra tan agresivo. El impresentable era un sujeto rolludo, de cabellos largos y grasos, pantalones anchos y polo ceñido, de lentes pequeños desde donde se veían dos puntitos a modo de ojos incendiados de ira. No sé por qué, pero a mí me pareció el personaje del famoso videojuego Street Figther, Edmond Honda.
Terminada la presentación del proyecto fuímonos todos a cenar, en confianza periodistas aún indignados me comentaron que él era el Gerente de Cultura de Pisco. No lo podía creer. No podía imaginarme que dicho espécimen se arrastraba cual larva en medio de una casa tan bella. Pero eso no es lo peor que oí aquella noche. Me enteré algo que estoy investigando por estos días, para lo cual estoy reuniendo pruebas, fotos y testimonios. Los periodistas señalaron que dicho sujeto tenía como única experiencia haber administrado una cabina de internet y que su puesto actual le había sido dado como cargo de confianza.
Por un instante pensé, cuántos jóvenes, señoras, personas mayores habrían sido ofendidas por Honda. Retorné a Lima con ese extraño sabor de amargura e indignación. Preferí quedarme con el ceviche de lenguado en “el Ché” en Lagunillas, el pisco blanco de blancos que bebí en grata compañía de Checopa, César y Eduardo. La amabilidad del maestro Laos, los aplausos de emoción por lo que la ciudad podría llegar a empezar a ser gracias al proyecto cultural más ambicioso que jamás se halla visto en Pisco. Preferí quedarme con el abrazo de despedida de los periodistas quienes me dijeron que lo ocurrido en la Casa no quedaría en el aire.


*
Acabo de regresar de mi última visita a Pisco y acabo de decidir lo necesario que es terminar este texto. Volví a visitar a Lesenia. Le comenté alegre que ella también sería un agente cultural importante en el proyecto y de inmediato me preguntó sonriente, qué pasó la última vez que vinieron a visitarme. Y empieza su historia. Han venido unos periodistas a pedirme mi testimonio por lo ocurrido. La escucho y mientras la escucho sonrío con levedad. Mi sonrisa cambia en el acto cuando me comenta que hace pocos días el malcriado se le ha acercado y le ha prohibido dar declaraciones a la prensa en un tono amenazante que ella no ha permitido e inmediatamente le ha replicado “nadie puede prohibirme nada”.
La miro seria, veo valentía en su determinación; ese es el tipo de gente que necesitamos, gente valiente capaz de defender sus derechos, gente que no permita que una caricatura ensanchada y amorfa la amenace ni la amilane. Me entero que hace días atrás el mismo tipo gritó a unas señoras y casi gritándoles les increpó al igual que a mí, “qué hacen aquí”.
Pisco merece un Gestor Cultural que no trate mal a nadie, que entienda que la cultura no puede estar bajo cuatro llaves y que todos, sépanlo bien, todos pueden ingresar a un museo sin un permiso u autorización. El actual Gestor Cultural de Pisco es una pieza más de la museografía de la ignorancia de este país, una pieza rota producto de la irresponsabilidad del municipio actual y su poco tino para poner a cualquier persona en un cargo ligado a la cultura.  

La sala de exposición no se puede opacar por esbirros ilustrados. Un buzón de quejas puede empezar a ser la solución y quizá el mismo empiece a mostrar las miles de ofensas que miles de personas que quisieron ver arte no pudieron hacerlo gracias a gestos tan poco amables. Ante atropellos semejantes y actos de matonería, reaccionaremos siempre, Honda, así no te guste.