lunes, 6 de septiembre de 2021

La verdad sobre el espanto (Edición actualizada). Caretas, 2021.

                                                                            

Cuando creíamos que el periodismo no podía caer más abajo de esa zona que divide lo hediondo de lo escatológico apareció la última edición de Caretas. Y es que poco parece importarles a quienes fueran en otrora los referentes informativos, izar sus banderas ahora en favor del golpe y sumarse a ese grito silencioso que cual llamado de la selva se viene buscando ante la retahíla de serios cuestionamientos por parte de un Ejecutivo que aún no se ajusta bien el sombrero. La portada de Bellido vestido de talibán con el rótulo de “Tengan confianza” no hace otra cosa más que demostrar que a Caretas desde hace mucho se le cayó la careta como a varios medios que parecieran querer sembrar entre las personas el miedo, el pánico y el terror que dicen querer desaparecer entre los peruanos. Llama la atención además que esta edición venga con una versión “actualizada” de “La verdad sobre el espanto”, dossier fotográfico que narra una de las peores etapas que vivimos los peruanos con el llamado Conflicto Armado Interno. Dicha nueva edición justifica su aparición después que viera la luz hace diez años y da cuenta que “dos décadas después de la captura de Abimael Guzmán, el Perú tiene todavía a Sendero Luminoso en su cotidianidad noticiosa”. Y es que existe en la prensa nacional un tufillo agrio de colocar imágenes que parecieran querer encajar en el imaginario colectivo de los ciudadanos con el fin de deslegitimar un gobierno que no llega ni a sus seis primeros meses. Me pregunto si de haber ganado la Sra. K., los constantes cuestionamientos periodísticos tanto de la prensa televisa como escrita hubieran seguido el mismo tono y orden o es que acaso se intenta deslizar la vaga idea que de haber sido otro el resultado electoral viviríamos en Nevermind, el país de nunca jamás con el que tanto soñó Peter Pan y el cual habitamos todos ingenuamente habiendo dejado de ser hace mucho ya niños. No nos hagamos los tercios.

Cuesta aceptarlo, pero aquí en el Perú la verdad se acuña desde los medios que resignifican la verdad. En el prólogo del libro se afirma que: “En la cuenca del VRAEM, en cambio, la amenaza persiste y parece lejos de retroceder. Los hermanos Quispe Palomino, quienes en su momento traicionaron a su jefe “Feliciano”, representan un liderazgo degradado y mafioso, donde la toma del poder como objetivo es tan solo un recuerdo arrasado por el negocio del narcotráfico y su necesidad de tener espacios del territorio nacional huérfanos del operario estatal. A la vez, el senderismo de viejo cuño no ceja en su empeño de integrarse en la vida política del país e infiltrar una democracia todavía vulnerable”. ¿De dónde sale tamaña afirmación? El atentado ocurrido en plena campaña política no ha quedado esclarecido y la negativa en investigar quiénes fueron los responsables de la matanza de 14 personas parece poco importarle al exministro del Interior Fernando Rospigliosi que acabada la campaña parece habérsele acabado sus búsquedas de verdad, quizá a lo mejor pueda ayudar a dar el primer paso, él sobretodo que recibió las primeras pruebas que lo hicieron alzar el dedo acusador frente a pruebas aparecidas en Hildebrant en sus 13 que indicaban lo contrario. Pero aquí siempre es lo mismo y como decía el filósofo alemán Friedrich Nietzsche: “No existen verdades, sino intereses”. En el prólogo se menciona también que “La verdad es que en sus conclusiones señala [La CVR] a los grupos terroristas como los principales perpetradores y responsables del horror que el Perú vivió durante las décadas de los 80’ y 90’”. Dato curioso este que deslinda responsabilidades y contradice lo expuesto por la Comisión que equipara hasta en demasía la violación de derechos de parte del Estado. Pero no, claro que no se trata aquí de decir quién mató más o menos, pero eso tampoco puede llevar a afirmar cosas como: “aquí no hubo dos partes iguales en combate y el Estado hizo lo que debía hacer repeler a los subversivos. Ellos cargan sobre los hombros la culpabilidad por una cifra de muertos que la CVR, después en sus investigaciones calcula llega a muchos más de los 25, 000 que se estiman inicialmente. Las pérdidas mortales se acercan a los 60,000 –más de la mitad atribuibles solo a Sendero, una fracción adicional al MRTA, un tercio a las fuerzas del orden y el resto imposibles de precisar”.                                                       

Si “La verdad sobre el espanto” quiere erradicar el terror en la ciudadanía sería bueno hacerle saber que no hay peor forma de fraccionar un país de por sí dividido que con la mentira. Adjudicar la total responsabilidad del Conflicto a una parte es caer en esencialismos agotados y vistos ya a estas alturas como verdaderas muestras de ridiculez, desinformación e ignorancia. Atenúa el tono el prólogo cuando señala algo cierto como: “los terroristas, y en particular Sendero Luminoso, mostraron una salvaje crueldad para cometer sus crímenes. Pero la incapacidad inicial del Estado para combatir el fenómeno abrió a su vez otro capítulo de excesos”. En ello sí que tiene razón y es quizá esa línea que “La verdad sobre el espanto” debería construir un intento de verdad, quizá una que albergue a victimarios y víctimas y no sindique una sola parte de por sí horadada por sus propias diferencias y responsabilidades. Una que al menos vaya en una dirección opuesta a la que parece construir con imágenes el mismo texto como si en el uso de las imágenes se negara todo aquello que se parece querer aceptar en palabras. Se señala que “la aparición del libro se hace más pertinente con el reciente incremento en la actividad de los remanentes senderistas que se parapetan en el interior del país”, pero se olvida de ese otro terror y espanto al que es sometido el ciudadano de a pie que en medio del pánico por la llegada de una 3era ola que parece demorar más mientras se hace más grande e imposible se tiene que enfrentar a estas “actualizaciones de verdad” casi siempre con fines personales y nunca pensando en el otro. El prólogo de “La verdad sobre el espanto” finaliza con la frase: “Sendero Luminoso, por cierto, fue el obsequio que la dictadura militar le dejó a la democracia que retornaba tras doce años de interrupción”, pero no dice nada de otro terror, ese que viene del Estado y que por ahora parece no encajar en la construcción de sus propias y nunca tan ajenas verdades.